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Tengo una noticia para ti. Las cosas no son lo que parecen. Son bastante más simples y también algo más complejas.

La historia de tu vida tal y como te la narras, es sólo una parte sesgada de la historia de tu vida. Tu mirada está condicionada. Está condicionada por el año en que naciste, por el nombre de tus padres, por la ciudad donde creciste; por la escuela a la que acudiste, por la cultura de tu país…

¿Pensarías del mismo modo y tendrías los mismos valores si hubieses crecido en un barrio rico de Brooklyn? ¿Te importarían las mismas cosas si te hubiese criado una tribu aislada del Amazonas?

Nuestras creencias están estrechamente vinculadas a nuestros orígenes y a nuestro contexto de crianza. De hecho, lo único que se necesita para cristalizar una creencia es una experiencia intensa. Como aquel chaval que tras suspender dos exámenes consecutivos de matemáticas se dice así mismo que “soy malo en mates”. Esa creencia puede determinar todo su futuro académico y en consecuencia, también su futuro profesional.

Nuestra mente no tolera el caos, y busca rápidamente una causa-efecto. No necesariamente realiza un amplio análisis de los motivos por los que este muchacho suspendió el examen. Simplemente, busca deprisa hasta encontrar la primera respuesta que justifique lo ocurrido: “soy malo en mates”.

Lo más curioso es que No… no es malo en mates. Pero creer que lo es, va a determinar una cadena de malos resultados en esa asignatura que le obligarán a elegir una carrera de letras (en el mejor de los casos) o directamente renunciar a seguir el proceso académico.

Algo así ocurre cuando se rompe nuestra relación idílica de la adolescencia, nuestro primer amor. Desde entonces, establecemos creencias como “el amor no existe”, “todos los hombres son iguales”, “todas las mujeres son iguales” y un largo etcétera. Una sola experiencia de alta intensidad es suficiente para fijar en nuestro sistema de creencias una limitación que condicionará el resto de nuestra vida.

Así pues, imagínate la de cosas que crees, que no son ciertas y que están impidiéndote vivir la vida que mereces. Cosas sobre quién eres, sobre tus capacidades, sobre el mundo en el que vives o sobre las personas de tu entorno.

A esto hay que añadirle que esta plaga nos afecta a todos y por tanto nuestra manera de pensar condicionará ineludiblemente las creencias de nuestros hijos.

Entonces, ¿Cómo podemos revertir este proceso? ¿Cómo podemos desarrollar un espíritu crítico y una cierta capacidad para deconstruir nuestro sistema de creencias?

Descomponiendo nuestras creencias limitantes

Te sugiero un ejercicio muy sencillo que te puede ayudar a tomar conciencia de algunas de estas creencias erróneas. Para este ejercicio sólo necesitarás papel y algo para escribir; también lo puedes escribir en el ordenador o en tu teléfono móvil.

Escribe las 10 creencias más negativas sobre ti mismo/a. Como por ejemplo: soy bajita, soy tonto, soy poco organizada, o soy una mala persona. Observa que las afirmaciones empiecen por la palabra “soy” y que sean frases sencillas y breves.

Una vez tengas confeccionado este listado, revisa cada creencia a través de las siguientes preguntas:

  • ¿Cuándo fue la primera vez que pensé esto de mí?
  • ¿Qué ocurrió para llegar a esta conclusión?
  • Antes de esta primera vez, ¿Qué pensabas sobre ti?

Recuerda que existen muy pocas verdades absolutas, realmente muy pocas. No te dejes llevar por la inercia de dogmatizar tus pensamientos. Una creencia es poco más que una hipótesis, muy a menudo nacida en la rabia, el dolor, o la incertidumbre.

Nos vemos en el siguiente artículo. Te envío un abrazo enorme y todo mi apoyo en tu proyecto de vida.

Puedes encontrar más información de valor en www.benjaminporras.com

Gracias por estar ahí.

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1 comentario en “El secreto de las creencias”

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